PÉREZ CONTEL - ESCULTOR

Rafael Pérez Contel: "Para ejecutar divide el tiempo en diez. Ocho para observar. Dos para realizar".

Perfil Biográfico R.P.C. – Centenario 2009

Este texto fue escrito durante la última semana de enero de 2009 por Pablo Pérez García en nombre de sus hermanos Rafael, Alicia, Juan, Marcos y Sergio. Recordaremos al abuelo Rafael hasta el final, y, si hay otra vida, todos nosotros esperamos poder cultivar con él las rosas del Paraíso.

Rafael Pérez Contel [Villar del Arzobispo, 24/X/1909–Valencia, 28/V/1990] no es un desconocido. Su figura, su personalidad intelectual y su contribución a las artes plásticas de los dos últimos tercios del siglo XX han sido abordadas por diversos especialistas. No son pocas las publicaciones donde cualquier lector podría documentarse sobre el artista. Francisco Agramunt, Juan Ángel Blasco, Román de la Calle, Sebastià Miralles, Joan Morant, Carlos Plasencia, Cristina Escrivá, Rosa Peralta y Helena de las Heras son algunos de los autores que se han ocupado del escultor en los últimos años. Sus nietos ––en realidad, el esfuerzo solitario, generoso y abnegado de mi hermano Juan–– hemos procurado mantener viva su memoria a través de una página web que nos ha permitido, al mismo tiempo, establecer contacto con personas interesadas en conocer tal o cual aspecto de su trayectoria, proporcionándoles datos poco conocidos ––algunos inéditos–– de los que podíamos responder documentalmente.

La biografía de P. Contel es también conocida. Francisco Agramunt se ha ocupado de ella en formatos de diferente extensión. Varios cientos de horas de conversaciones y entrevistas con mi abuelo avalan este que podríamos denominar canon biográfico establecido por Agramunt. Por ello mismo, tal vez haya sorprendido al lector bien informado que no sea él quien firme estas páginas introductorias. Sé que Paco ha renunciado de buen grado al que sin duda era su derecho para permitir la entrada en este pequeño libro de algún familiar que ––como yo, o cualquier otro–– pudiera aportar no sólo una visión algo más cercana de P. Contel, sino también alguna reflexión breve y quién sabe si nuevas noticias sobre el artista. Lo cierto es que apenas dispongo de espacio para lo uno y lo otro. Podría suceder ––por tanto–– que este escrito decepcione a algunas personas, entre otras razones porque apenas me ocuparé de las facetas más conocidas de la vida y la obra de mi abuelo. Para refrescar la memoria el lector interesado deberá acudir a la fuente, es decir, a los trabajos de Francisco Agramunt. En cualquier caso, no quisiera continuar adelante con las cuartillas que tengo asignadas sin pronunciarme sobre dos cuestiones que me parecen esenciales. Considero ––en primer término–– que la figura de P. Contel posee la suficiente entidad histórica y artística como para dar sentido a una monografía amplia sobre su vida, su quehacer y el conjunto de su obra. Creo ––en segundo lugar–– que un estudio como este debiera tratar de hacer justicia a una trayectoria personal cuya sustantividad aparece estrechamente vinculada ––hoy por hoy–– casi exclusivamente a la época de la IIª República y de la Guerra Civil [1931-39].

No seré yo quien pongan en tela de juicio la importancia radical de los años 30 en la formación del pensamiento político y estético de P. Contel, ni quien reste un ápice de su peso a la persecución y a la marginación padecida durante el Franquismo, ni quien deje de vislumbrar la existencia de un nexo fundamental entre lo vivido durante 1931 a 1939 y la extraordinaria vitalidad intelectual y fecundidad artística de los ochenta. Todo esto es completamente cierto. Pero tan justo, verdadero y objetivo como esto, debiera serlo destacar que, en abril de 1939, Rafael P. Contel todavía no había cumplido 30 años y que, cuando se produjo su reconocimiento público tras la recuperación de las libertades democráticas, ya estaba jubilado. El momento de maduración, de decantación de las experiencias, de conformación de una personalidad definida ––el momento «generacional», podríamos decir–– se produjo justo a lo largo del capítulo menos conocido de la biografía del artista: entre el final de la Guerra Civil ––que sin duda representa un punto y aparte nada metafórico–– y el final de su vida profesional ––que no estará de más recordar que estuvo esencialmente dedicada a la enseñanza del Dibujo en el ciclo medio de bachillerato–– durante el curso 1978-79.

Que algo así sucediera ––es decir, que se reivindicara como propio un determinado contexto personal e histórico, al tiempo que se repudiaba otro por lo que había tenido de traumático e impuesto–– resultaba lógico. El propio P. Contel se veía a sí mismo como un hombre del «exilio interior», como una víctima de la «larga noche del Franquismo», como un condenado que había conseguido recuperar su libertad in extremis, como un represaliado más, marginado por un régimen cuyo origen y cuya legitimidad ni aceptaba, ni compartía. También resultaba ––en cierto modo–– previsible que quienes primero se aproximaron a la ejecutoria de P. Contel lo hicieran con aquellos mismos ojos: con un sentimiento de condena hacia la Dictadura y de esperanza ante una Democracia incipiente de la que se esperaba absolutamente todo.

Hoy, sin embargo, las circunstancias son muy distintas. Nuestra época ha perdido gran parte de los sentimientos utópicos de finales de los setenta y principios de los ochenta. Sin la inocencia de antaño y escarmentados a fuerza de decepciones y desencantos, hemos ganado ––no obstante–– serenidad, mesura y sentido de las proporciones. También esto era predecible. ¿Será este un buen momento, pues, para intentar acometer una aproximación biográfica «objetiva» a la figura de P. Contel? Con sinceridad, no sabría qué responder. Sólo sé que algunos de nosotros ––quienes firmamos las colaboraciones de este libro–– nos hallamos demasiado próximos todavía al personaje y a su recuerdo. Es más, algunos sentíamos afecto, cariño y pasión por él, y estos son ––debo decirlo–– sentimientos escasamente compatibles con el espíritu exigente, distanciado y frío de la historia. El lector deberá, pues, disculpar cuanto de subjetivo halle en estas páginas y ––si así le parece–– seleccionar cuanto le ayude a situar al personaje en el contexto histórico que le fue propio.

Uno de los textos más esclarecedores sobre la personalidad de mi abuelo ––por su contenido personal y biográfico–– fue escrito por él mismo. Se trata de un brevísimo apunte suyo que puso voz a la donación de una de sus esculturas al Ayuntamiento de Xàtiva. Dice así: Me nacieron en un hogar humilde de Villar del Arzobispo el día 24 de octubre de 1909. Mi madre hacía trabajos hogareños y, a ratos, primorosas labores artesanas. Mi padre fue minero. Mi infancia transcurrió como la de la mayoría de los niños pobres. Hice estudios de primera enseñanza en la Escuela Pública y, con incontables sacrificios, el bachillerato. Cuando ingresé en la Escuela de Bellas Artes de Valencia trabajaba en el taller de imaginería de Vicente Gerique. Al igual que otros compañeros de estudios, calzaba alpargatas y llevaba guardapolvo. Con este atuendo asistíamos a las clases. Para mí ––rebasados seis decenios de la vida–– críticas, honores, premios y demás zarandajas ––negativas o afirmativas–– sólo sirven para confirmar que todo es circunstancial y pasajero en la vida. Como ayer, sigo trabajando y estudio tesoneramente. Soy de pueblo y aprendiz de pueblo. Por ser hijo de mis obras, abrigo la esperanza de que la escultura mía exprese con claridad buena parte de mi biografía. Játiva, febrero de 1977.

Difícilmente se hallará mejor compendio de lo que fueron sus ideas, sus valores, sus principios éticos, su vida misma. Con estas palabras habla el hombre interior ––diría Erasmo–– no el hombre nuevo. La gramática es secular, pero la sintaxis es profundamente religiosa. La pobreza no es un estado social, sino una moral: un camino entre el paraíso perdido ––el pueblo–– a la patria elegida ––el pueblo–– un peregrinar de vida donde cada pisada en falso nos abisma en el engaño y ––por el contrario–– donde cada paso en pos de la verdad nos justifica y nos redime, convirtiendo nuestra existencia ––es decir, nuestros hechos y nuestras obras–– en pura diafanidad, en pura inteligibilidad. Estos días he estado recordando algunas de las conversaciones que mantuve con mi abuelo. He vuelto a leer sus textos y declaraciones. Sus reflexiones y aforismos han estado rondando mi cabeza. Probablemente necesitaba un estímulo como este para romper la corteza seca de mi memoria y explorar si la inexorable presión del tiempo había producido mineral de algún valor en mi conciencia. De pronto me ha parecido que todo tenía sentido, que nada estaba fuera de su lugar, que cada una de las huellas ––sus tarjetas de visita, como él solía decir–– de su paso por la vida ––o, mejor todavía, de su vida hecha pasos–– proclamaba una subjetividad que había luchado denodadamente por hacerse entender.

Un paso en falso: la vanguardia. La vanguardia no es comprensible … no tiene objeto … la vanguardia es un arte reaccionario. P. Contel tuvo ––es evidente–– su momento vanguardista. Pero acabó incomodándole. Y lo hizo precisamente porque el camino de la vanguardia conducía hacia el hermetismo, hacia la oscuridad, hacia el aislamiento. Todo arte que deliberadamente renuncia al uso de un código compartido se encierra en sí mismo, expulsa de sí al público ––al «pueblo»–– y se convierte en la trama de un juego sólo apto para aduladores, marchantes y presuntos expertos. A mediados de la década de los años 30, Rafael P. Contel había comenzado a distanciarse de los ismos tras sentir ––como antes los Renau, los Ballester, Badía, Carreño–– la llamada del marxismo revolucionario. Aun así conservaba ––de una manera más tenue e imprecisa, tal vez, que Ángel Gaos–– parte de las raíces familiares de un cristianismo ético, todo lo ajeno que cabe imaginar al culto, al clero y a la iglesia. Este giro ideológico le impulsó a modificar un estilo y una orientación que, aunque le había permitido expresar toda la fuerza de su personalidad ––su escultura del año 1929 Bailaora lo prueba–– no le satisfacía plenamente. A su regreso de París y Portugal, donde había estado disfrutando, entre julio de 1935 y comienzos de 1936, del último plazo de la pensión otorgada por la Diputación de Valencia, P. Contel acomete en Alzira la obra que marcará un antes y un después en su trayectoria artística. Curiosamente se trata de un trabajo nunca expuesto, nunca vaciado en bronce, que representa su abandono de la vanguardia y su paso al realismo social ––realismo «socialista», incluso. Me refiero al Hombre del martillo neumático o, sencillamente, Martillo neumático, una escultura casi de tamaño natural que P. Contel concluyó ––según su hermana Palmira–– «cuando ya los milicianos patrullaban por las calles de Alzira» y que, en efecto, fue depositada en el Museo Provincial San Pío V a finales de julio o principios de agosto de 1936.

No sabemos ––ni podremos saber nunca–– por qué derroteros hubiera discurrido la obra de P. Contel de no haberse producido la sublevación militar del 18 de julio y la Guerra del 36-39. Probablemente hubiera continuado profundizando en esta nueva dimensión de su trabajo, vinculado o no al Instituto Profesional de Alzira, a cuyo claustro se había incorporado el 1-XI-1933 procedente de los cursillos de formación del profesorado convocados por el Ministerio de Instrucción Pública aquel mismo año. Un relieve con dos figuras femeninas y el busto de un joven miliciano tallados para el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París del año 1937, parecen corroborar el compromiso estético de P. Contel con el clasicismo socialista. Pero la guerra se impuso con todo el peso aplastante de una lucha por la supervivencia y colocó al escultor ante responsabilidades profesionales, políticas y propagandísticas jamás imaginadas: interinidad en el Instituto Obrero de Valencia en sustitución del escultor Alberto Sánchez, integración en la sección de artes plásticas de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, a cuestas con los trabajos gráficos y de maquetación de la revista Nueva Cultura, los preparativos del Segundo Congreso Internacional de Intelectuales Anifascistas [Valencia, 4-VII-1937], las publicaciones de guerra en los talleres de Tipografía Moderna, cartelismo y demás herramientas de propaganda política, etc. Rafael se involucró en todas estas actividades con la pasión de quien creía estar construyendo con sus propias manos un mundo nuevo donde la paz, la dignidad y la justicia social hallarían su definitivo asiento.

El matrimonio civil con su compañera de estudios y novia «de toda la vida», Amelia Zarapico Sanchis [Valencia, 17/I/1909–Valencia, 24/III/2001] tuvo lugar en Valencia el lunes 13 de septiembre de 1937. La relación con Amelia llenará su vida de calor y de dicha. La guerra, sin embargo, no quiso dejar al margen a la joven pareja. Apenas se había cumplido un año de convivencia, cuando P. Contel quedó movilizado junto con su quinta. Fue destinado ––primero–– a la Agrupación Artillera de Levante con sede en Sagunto, donde se le encomendó la maquetación y realización del boletín de la unidad. Más tarde, fue trasladado a la oficina del Gabinete Topográfico del Grupo de Información de Artilleria, con base en las Atarazanas de Valencia. Finalmente, reclamado por el Estado Mayor de la Zona Central, fue destinado al Comisariado de Propaganda del Grupo de Ejército de Levante, cuyo cuartel general ––la archiconocida Posición Pekín–– se encontraba en las afueras de Torrent. Allí coincidió con un grupo señero de artistas, poetas y músicos que ––en medio de la zozobra cotidiana–– decidieron organizar una célebre peña de tertuliantes, el Ballenato, y no pocos partidos de fútbol. Me refiero a los pintores Eduardo Vicente y Francisco Carreño Prieto, los escultores Antonio Ballester y a mi propio abuelo, a los compositores Carlos Palacio y Abel Mus, al filósofo Angel Gaos, a los poetas Miguel Hernández y Ramón de Garciasol, y al erudito Antonio Rodríguez Moñino. Muchos años después de acabada la guerra escuché a mi abuela dar gracias a la fortuna por haber evitado que mi abuelo vistiera nunca su «elegante uniforme de Comisario de Propaganda». ¡Si alguien hubiera visto a tu abuelo vestido con aquel uniforme, es seguro que los de Franco lo hubieran fusilado!

No lo ejecutaron ––es verdad–– pero lo capturaron como un conejo tras una convocatoria-trampa del Colegio de Profesores de Dibujo. El día 20 de abril de 1939, junto con sus compañeros Antonio Ballester Villaseca, Vicente Canet Cabellón y José Pascual Nebot Guinot, Rafael P. Contel ingresaba en la Carcel Celular de Valencia a disposición del Juzgado Militar nº 6. Fue acusado ––como tantos otros defensores de la República–– del paradójico crimen de «auxilio a la rebelión», abriéndosele el sumario nº 7511-V. Mi abuela ––que entonces se hallaba en el 5º mes de gestación–– movió cielo y tierra para conseguir la liberación de su esposo. Se puso en contacto con amigos, con antiguos compañeros de Rafael en Alzira y en Valencia, con sacerdotes y religiosas que habían sido ayudados por él, con sus propios familiares y con los de su marido. Gracias al respaldo recibido ––un tanto tibio, a pesar de que también la madre del artista, Dolores, se había unido a los ruegos–– consiguió ahorrarle las palizas de «bienvenida» con las que los presos republicanos solían ser recibidos en la cárcel. Pero no logró mitigar ni su incertidumbre, ni su desasosiego, ni tampoco el tiempo de confinamiento. También ella sintió en carne propia el horror de ciertas experiencias, como haber visto encanecer por completo al hijo del Dr. Juan Peset Aleixandre la noche antes del fusilamiento de su padre.

Aunque existen diferentes versiones de los hechos, lo cierto es que Rafael P. Contel estuvo encarcelado hasta el día 26 de septiembre de 1940. Su paso por la Cárcel Modelo de Valencia duró exactamente 1 año, 5 meses y 8 días. Abandonó la prisión en libertad provisional, sin haber sido juzgado todavía y, por tanto, aún a disposición del tribunal militar que debía ver su causa y determinar su condena. Durante su encierro, P. Contel había estado vinculado al Taller de Artes Plásticas de la cárcel. Como tantos otros compañeros y amigos, Rafael no aspiraba a ver reducida su condena ––eventualidad esta todavía mal regulada en aquellos momentos–– sino a mejorar un poco las terribles condiciones de confinamiento que padecía y a conseguir algunos ingresos con los que ayudar a su familia. Aunque la idea de crear este taller fue de Tonico Ballester, toda la gente de San Carlos ––desde el catedrático Vicente Beltrán, también confinado allí, hasta José Mª Iranzo, pasando por Badía, Carreño y Monleón–– se involucró en ella. Los del taller constituían la «elite» del presidio; y no sólo en la Modelo; también lo eran en San Miguel de los Reyes, donde Silvestre de Edeta había organizado un grupo semejante. El día 29 de septiembre de 1939, los artistas tuvieron el «honor» de ser visitados y saludados personalmente por el gobernador civil, D. Francisco J. Planas de Tovar y por el delegado de orden público, D. Ildefonso Martínez. Las autoridades se interesaron por el nuevo altar de la cárcel ––inaugurado durante la pasada festividad de Nuestra Señora de las Mercedes–– y fueron obsequiadas con un retrato al óleo del general Franco, obra de Francisco Carreño. Durante aquellos 17 meses, P. Contel ejecutó una maternidad, un monumental relieve que representaba a unas monjas de la Caridad y un altorrelieve con un caballo destinado a una fuente. También talló pequeños encargos en madera que obtuvo gracias a la intermediación de su esposa.

Aunque feliz después de abandonar la cárcel, la realidad a la que tuvo que enfrentarse Rafael en el otoño de 1940 debió resultar desoladora. Expedientado, privado de su cargo como profesor del instituto de Alzira, perdidos sus derechos laborales y sus haberes, con gran parte de la familia a su cargo ––pues ahora compartían su mesa la madre, la suegra y la inolvidable tía Concha, hermana mayor de Amelia–– muchos de sus amigos en el exilio, otros en la prisión, unos cuantos en peor situación ––incluso–– a la que él estaba atravesando, pendiente todavía de una sentencia definitiva que podía fracturar su vida y la de los suyos, y, por si esto fuera poco, perdida gran parte de su querida biblioteca ––de aquella biblioteca que había ido reuniendo a costa de grandes sacrificios desde el año 1924, cuando el librero libertario Gabriel Cortés Juan puso en sus manos los textos que Prometeo editaba a tan buen precio–– por miedo a que los vencedores hallaran en ella libros «comprometedores». De aquellos años inmediatamente posteriores a la contienda datan la mayor parte de sus trabajos de imaginería religiosa. Las iglesias estaban reponiendo las imágenes destruidas y P. Contel ––artesano imaginero antes que artista escultor–– necesitaba proveer de alimentos su casa. En este contexto se tallará la figura de San Sebastián para la iglesia de Losa del Obispo, la de San Onofre para Quart de Poblet y ––poco después–– la figura de la Virgen del Carmen de la iglesia de Llaurí. Rafael también intentó vender sus servicios como diseñador y modelista de cerámica a la empresa de porcelana Santa Clara y de cristal Casablanca de Vigo. Su propietario, D. Manuel Álvarez O’Farrill, visitó varias veces el domicilio de P. Contel en Valencia y, hacia finales de 1941, le encargó dos piezas ––una maternidad y un antílope–– para poder juzgar su pericia como ceramista. Estas dos figuras viajaron hasta Vigo, pero su pista se pierde para siempre después de una amarga carta repleta de reproches ante la falta de formalidad del empresario, fechada el 6 de febrero de 1942.

Su relación con Cerámicas Santa Clara no había sido feliz. Es posible ––no obstante–– que esta experiencia le hiciera pensar en abrir su propia fábrica de cerámica. La documentación acerca del taller de cerámicas artísticas focart que P. Contel abrió en el barrio de Ruzafa ––al parecer, gracias al apoyo económico de un grupo de amigos y socios del que probablemente formasen parte algunos familiares del Villar, como su propio padre y su cuñado, Demetrio Hoyos–– no se ha conservado. No puedo precisar, por tanto, la fecha de su inauguración, aunque sí puedo señalar que la espiral de pérdidas que culminaría con su cierre probablemente se hallara en su apogeo a mediados de 1948. Para aquel entonces ya se había producido varios hechos significativos. En primer lugar, se había hecho pública ya su sentencia definitiva [19-IV-1942]: 3 años de prisión menor. Aunque no se le descontó un sólo día de los más de 500 que había pasado en la Cárcel Modelo, P. Contel no tuvo que represar a prisión. Incluso se le atenuó el régimen de libertad provisional que había pesado sobre él hasta entonces. A partir de ahora, permanecería en libertad vigilada hasta el 23 de marzo de 1945. Ese día D. Eduardo Méndez Barceló cumplimentó y firmó su certificado de liberación definitiva. Mientras tanto, Rafael se había asociado con su padre en la empresa Explotaciones Mineras de Levante S.L. Relacionada o no con las actividades de la pequeña fábrica de Ruzafa, Explotaciones Mineras sería vendida en mayo de 1944 a D. José Valls Vargues, propietario de la empresa La Samaritana.

Tal vez Rafael se concentrara entonces en el diseño de sus propias producciones cerámicas: Llorona, Virgen y niño, Niña, Chispero, Petimetre, etc. Casi todas ellas serían producidas por focart con las blanquísimas arenas caoliníferas de Villar del Arzbispo. Rafael colabora asimismo con la empresa de publicidad diarco fundada y dirigida por su amigo, el dibujante, diseñador y cartelista Manuel Monleón. Durante algún tiempo, Rafael se ocupará de la publicidad gráfica de varias empresas: Morón ––de alimentación–– agruma ––exportación de fruta–– y, muy especialmente, Laboratorios del Dr. Trigo ––insecticidas y pesticidas. No todo fue trabajo y lucha por la vida. Su impenitente curiosidad pronto le pondría en contacto con dos grupos de jóvenes intelectuales y artistas cuya amistad mantendrá hasta el final de sus días. El primero solía reunirse en el bar Galicia. Estaba formado por Ricardo J. Blasco, Pedro Caba y Jorge (Renales) Campos. A ellos se unirán muy pronto ––hacia 1944–– los poetas José Hierro y José Luis Hidalgo. Todos juntos pondrán en pie la célebre revista Corcel. P. Contel sintonizó de una manera muy especial con Hierro, con Hidalgo ––del que siempre conservó un manuscrito de su poemario Los Muertos–– y con Campos. Con este último mantuvo correspondencia hasta el día de su muerte e ilustró algunas de sus obras. De hecho, Rafael siempre había sostenido ––y continuaría sosteniendo–– magníficas relaciones con los escritores de su generación y con otros más jóvenes: Juan Gil-Albert, Miguel Alejandro Ribes, Ramón de Garciasol, José Ombuena, Alfredo Oltra, Matilde Lloria, etc. El segundo cenáculo al que antes hice referencia fue el no menos célebre Grupo Z, creado por el joven pintor, José Vento Ruiz y entre cuya militancia ––por cierto–– sitúa Paco Agramunt a mi propio abuelo. La primera aparición en público del Grupo Z se produjo el año 1946 con una exposición en la librería de viejo del ceramista y grabador Salvador Sanz Faus, en la que participaron José Vento Ruiz, Manuel Gil Pérez, José Marcelo Benedito, Xavier Oriach, Federico Montañana, Adolfo Martínez, Begoña Villate y Mª Carmen Pérez.

P. Contel continúa luchando por el futuro de los suyos. El 27 de enero de 1949 ––junto con otros dos socios–– constituye la empresa peza para la fabricación de aparatos eléctricos. Previamente, Rafael había patentado una resistencia cerámica aplicable a máquinas de planchar eléctricas cuyo rendimiento implicaba un considerable ahorro de energía. Pese a que las expectativas no parecían malas, la duración de aquella empresa debió ser muy corta. Sea como fuere, la verdadera vocación profesional de P. Contel siempre había sido el arte y la docencia del arte. Varias veces había intentado incorporarse como profesor en diferentes colegios y su amigo Paco Carreño ––conocedor de sus intenciones–– le había aconsejado que iniciase los trámites para la depuración. En el Colegio El Pilar sólo consiguió que se le encomendara la maquetación de los libros y las revistas del centro. Más adelante ––en 1950–– se le encargará un busto cerámico del fundador de los marianistas, Guillermo José Chaminade, destinado a recaudar fondos entre antiguos alumnos y familias de sus estudiantes. En 1949 ¡por fin! la Alianza Francesa ––prestigioso colegio bilingüe ubicado entonces en la C/ Isabel la Católica nº 10–– le ofrece un contrato como profesor de Dibujo. El matrimonio Pérez Zarapico venía matriculando allí a sus hijos desde el curso 1943-44. El salario era corto ––apenas 200 ptas. al mes–– pero las satisfacciones y ventajas que aquel puesto reportaba eran superiores a las de un mero estipendio.

De hecho, será entonces cuando P. Contel abandone la idea de salir de España. Varias cartas de Elisa Piqueras, de Juanino Renau y de Eduardo Muñoz-Lalo escritas entre 1946 a 1949 revelan que este proyecto ––a caballo del exilio y la emigración–– existió. Comienza, pues, a buscar una solución definitiva para el porvenir de su familia en Valencia. La temprana muerte de su hija Amelín ––de apenas 5 años de edad–– supuso un duro golpe para Rafael. Tras meses de abatimiento y postración, reanuda sus actividades acuciado por las necesidades de su casa. Quisiera poder vender algún trabajo suyo ––expone en la sección de arte de Muebles Gran Vía entre mayo y junio de 1950. Parece dispuesto ––incluso–– a unirse a una cooperativa de producciones cinematográficas en Madrid, donde él tendría a su cargo la redacción de varios guiones. Así lo desvela una carta de su primo Carlos Plasencia escrita en Madrid el 23 de octubre de 1950. Sin embargo, en aquellos momentos ya había hecho su aparición el Instituto de Enseñanza Media José de Ribera de Xàtiva que pronto se convertirá en el centro de su vida profesional. Su primer contrato como profesor interino de Dibujo data del 20 de septiembre de 1950. En Xàtiva hallará el ambiente académico, intelectual y humano que estaba buscando desde hacía tiempo.

Sabemos muy poco del primer curso 1950-51 que P. Contel impartió en Xàtiva. Durante el mismo tuvieron lugar los preparativos de la Primera Exposición Bienal de Arte del Reino de Valencia, que se inauguraría en julio de 1951 organizada por el Instituto Iberoamericano, que entonces dirigía Francisco Marco Merenciano. Tres esculturas de P. Contel ––junto con 3 pinturas de su amigo José Vento–– fueron expuestas allí. Poco después salía Rafael hacia París, pensionado por el Gobierno francés, en lo que iba a ser su segunda gran estancia en la capital francesa tras más de 15 años de ausencia. Junto con su beca, recibió un pase para poder visitar gratuitamente todos los museos de la ciudad y, durante el mes de septiembre de 1951 no dejó librería por inspeccionar, ni sala de exposiciones por escudriñar ––entre ellas, la Maison de la Pensée Française, donde se mostraba entonces una amplia selección de Fernand Léger–– ni estancia del Louvre por recorrer con apasionada contumacia. Nada me sorprende que una de las pocas fotografías que se conservan de aquel viaje se hiciese en una sala del Museo del Louvre dedicada al arte egipcio. En su búsqueda de una forma de expresión artística abierta, inteligible, social y culturalmente compartida, P. Contel se había apartado de la vanguardia y había comprendido que el realismo social se agotaba en sí mismo. Analizando minuciosamente las tallas de los escultures egipcios y dejándose arrastrar por el extraordinario magnetismo que emanaba de aquellas piezas, creyó haber hallado por fin el camino que había estado buscando. Pensó que aquellas obras poseían un contenido estético intrínseco ––una fuerza totémica propia, podría decirse–– que compartían con el arte popular a través de las reglas precisas ––pitagóricas reglas esotéricas–– de la proporción y del número. La sección áurea ––la clavis Salomonis de todo buen artífice–– informaba tanto el vaciado de la estatua sedente de Amenofis, cuanto la jarra ventruda «de chorros verdes» que su amigo de infancia Ubaldo Garay había hecho bailar en el torno ante los atónitos ojos de los niños. Cualquier artista que aspirase a seducir al pueblo con sus obras tendría, pues, que adoptar el apenas perceptible ––aunque extraordinariamente poderoso–– sistema de formas, signos, proporciones y números que compartían ––de hecho–– el arte de las civilizaciones primitivas y el arte popular.

Ningún descubrimiento es gratuito. Ninguno sale gratis tampoco. Desde entonces hasta el final de sus días, Rafael P. Contel se dedicó con el ahínco de un converso a experimentar, a estudiar, a poner a prueba sus intuiciones, a tratar de explicarse a sí mismo ––en definitiva–– cuáles eran los verdaderos fundamentos de su descubrimiento y ––lo que es más importante todavía–– si tenía razón o no. Sin considerar esta pasión suya por el arte popular bajo cualquier de sus manifestaciones ––ya fuera la forja, la cerámica, el tejido, el pan, las aucas, los pliegos de cordel, la fiesta, las Fallas–– y su interés por la cultura primitiva y por las civilizaciones del Mediterráneo ––egipcios, griegos, etruscos, romanos, fenicios y, sobre todo, los íberos: aquellos excelentes ceramistas, el escultor del Guerrer de Moixent, el extraordinario artesano que modeló el busto de la Dama de Elche–– difícilmente podrán comprenderse las líneas maestras del pensamiento estético y de la obra de P. Contel durante los 40 años que median entre 1950 y 1990.

La pintura, el dibujo y el diseño quedan reservados para el P. Contel experimental, para el artista social, para el hombre que aspira al máximo grado de libertad imaginable dentro de la noche oscura de la Dictadura, para quien contempla el horror presente y recuerda el horror pasado, para quien llora con los pobres y los marginados, sí, pero también para el valenciano lúdico y voluptuoso, para el saludable hombre de campo, para el amante de la Huerta, de la Albufera y de sus gentes. La escultura es para el demiurgo, para al chamán, para el hombre cuyas manos acarician la materia, para el anónimo escultor ibérico ––qué es la Xelvanica sino una Dama de Elche «a la Contel»–– pero también para Fidias y Praxíteles ––cabeza de Minero, relieve del Hombre con Caballo. La añoranza del futuro en la pintura ––la utopía de un tal vez imposible mundo nuevo––y la añoranza del pasado en la escultura ––del arte como expresión de la armonía posible entre pueblo e individuo–– convivirán en la obra de P. Contel como contrapesos necesarios en la conformación de un equilibrio personal, social, ético y estético que ya entonces resultaba perceptible en todo su trabajo.

Los años 50 fueron enormemente fecundos; mucho más cruciales probablemente de lo que la crítica ha supuesto hasta ahora. Pese a haber obtenido una plaza como profesor en Xàtiva, el menguado estipendio de su nómina obligaba a Rafael a continuar realizando múltiples actividades. En su propio domicilio de la C/ General San Martín oficiaba varios días a la semana al frente de una concurrida academia de dibujo. A ella asistían, por lo general, chicas y chicos de todas las edades ávidos de conocimientos: Ana Mª. Vidal, Rodolfo Navarro y un largo etcétera. El ambiente solía ser animadísimo. Los alumnos de las academias Oller y Sempere ––regentada esta última por aquel soberbio plantel de profesoras que fueron Angelita, Consuelo y Ángela Sempere, y su sobrina Julia Gómez–– constituían el núcleo de la clase de dibujo. Alrededor suyo gravitaban otros jóvenes: los propios hijos y los sobrinos del artista ––Pascual y Vicente Balaguer–– y también los hijos de algunos amigos: entre ellos, los de Presentación Campos y los del Dr. D. Vicente Oliver, médico de la familia y confidente. En sus pequeños ratos de ocio, P. Contel gustaba visitar exposiciones, acudir a los conciertos de cámara que se celebraban en algunos locales públicos o a los de la Banda Municipal de Valencia, y visitar librerías. Las de lance eran sus especialidad. Tenían una especie de sexto sentido para localizar pequeñas joyitas literarias enterradas bajo grandes columnarios de libros.

Ahora bien, cuando deseaba información acerca de las novedades, precisaba adquirir alguna obra extranjera o ––simplemente–– necesitaba adquirir un libro de calidad, no le quedaba otra opción que visitar la Librería Rigal de la C/ Félix Pizcueta de Valencia. La regentaba un hombre singularísimo que ––andando el tiempo–– se convertiría en consuegro de Rafael y en mi abuelo materno. Se trataba de Juan García Rigal [1900-1981], alcoyano, profesor mercantil, antiguo gerente de Yutera Española durante la guerra civil, literato de amplio recorrido y pintor aficionado. Como segundo de a bordo figuraba José Pont Segrelles, grabador, decorador, sobrino del pintor albaidense José Segrelles Albert y hombre de una cultura refinada. Sin lugar a dudas, la Librería Rigal era en aquellos momentos ––como recordaba no hace mucho el poeta y académico Francisco Brines–– la mejor librería de toda Valencia. García Rigal vendía libros y también material de pintura y dibujo: bastidores, lienzos, óleos, acuarelas, pinceles, etc. Hacía lo que pocos libreros en Valencia: mantenerse en contacto con el exterior a través de grandes distribuidoras e importadoras de libros ––como Charles Roos S.L.–– frecuentar el trato con los responsables de editoriales míticas como Losada o Ruedo Ibérico, traer a Valencia lo más interesante que se publicaba en Italia, Francia, Alemania Occidental y Gran Bretaña, y organizar en la sede de su librería veladas literarias y conciertos de piano. Aunque a estos encuentros abiertos podía asistir cualquiera, habitualmente eran los miembros de la Sociedad de Amigos de la Poesía de Valencia ––en cuyas filas militaban los hermanos Casp y Lucio Ballesteros Jaime–– quienes copaban las pocas plazas disponibles. García Rigal poseía ––además–– un «tesoro oculto»: un sancta sanctorum donde sólo podían penetrar personas de absoluta confianza repleto de aquellos «libros prohibidos» perseguidos por el Régimen que de ningún modo hubieran podido ser mostrados en público. P. Contel era uno de aquellos «elegidos». Durante aquellos años adquirió muchos títulos, algunos de los cuales le permitirían reponer parte de lo que se había «volatilizado» en abril de 1939.

A partir del año 1952 el instituto va a convertirse en centro de la vida de Rafael. Algún día tendrá que investigarse muy seriamente la realidad académica de la Enseñanza Media en España durante el Franquismo. Algo sé yo de ella porque en mi casa se hablaba a menudo del tema. Frente a los catedráticos de la Universidad ––que no los adjuntos y ayudantes–– suerte de aristocracia cortesana de aquel gran teatro académico del mundo, los profesores de instituto constituían una especie de aristocracia provincial, de entre cuyas filas ––por cierto–– iría reclutándose a lo largo de los años buena parte del profesorado universitario. Los catedráticos de instituto tenían que pasar unas oposiciones durísimas para ganar su plaza, estaban relativamente bien pagados y ––sobre todo en las ciudades españolas de tamaño medio, como Xàtiva en los años 50 a 70–– estaban considerados algo así como una especie de autoridad pública, después del alcalde, el comandante de la Guardia Civil y el deán. A diferencia de la Democracia, que aspira a universalizar todos los niveles de la enseñanza y reserva lo más esencial de la promoción profesional al mercado, la Dictadura estaba empeñada en convertir el sistema público de enseñanza en una pieza determinante de la organización social del nuevo régimen. La enseñanza elemental debía convertirse en universal ––claro está–– pues sin alfabetización el desarrollo económico y social no estaba garantizado. La enseñanza media, sin embargo, ya no era para todos. Si uno no tenía un padre «de posibles» y deseaba convertirse en bachiller, no tenía más remedio que esforzarse, estudiar, trabajar y superarse a sí mismo. Los hijos de «buena familia» no lo tenían mal del todo, pero un exigente sistema de pruebas orales y escritas, reválidas y exámenes selectivos impedía que pudieran «dormirse en los laureles». Como garantes de este sistema de promoción académica y social, estaban los profesores de instituto. Los había de todos los «pelajes»: afectos al régimen, neutrales y con un evidente pasado republicano e izquierdista. Todos ellos compartían ––consciente o inconscientemente–– el papel que el Régimen les había asignado, todos ellos formaban parte de aquel estamento selecto, orgulloso y tenaz de la pequeña aristocracia académica de los institutos de enseñanza media.

Muchos compañeros competentes y valiosos tuvo P. Contel en el instituto de Xàtiva: Ángel Lacalle ––catedrático de Literatura y director del Instituto Escuela durante la República–– Ángeles Belda ––la despistadísma catedrática de Historia–– Julio Feo ––de Latín–– Miguel Morro ––de Física y Química, co-autor, junto con P. Contel, de un interesante método de Dibujo publicado en 1958–– el director del centro José Guerri ––Filosofía–– y su estimadísimo Melchor Pedropadre Forniés ––secretario del centro, músico, compositor y director de banda. Andando el tiempo ––en el instituto y en la Escuela de Maestría Industrial de Xàtiva, en Canals, Enguera o en Valencia–– Rafael compartiría también sus inquietudes e ilusiones de pedagogo con distintas promociones de profesores más jóvenes: Alegre Cremades, Eduardo Albertos, Saturnino Barbé, Francisco Bolinches, Carmen Coloma, Arturo Company, Juan Cuenca, Rafael Fernández, Rafael Ferreres, José García García, Juan Grima, Antonio Igual Úbeda, Carmen Jorques, María Labrandero, Adrián Lanuza, Enrique Olmos, Ramiro Pedrós, Salvador Pérez Marzal, Melchor Peropadre Jr., Paco Ridaura, Julio Salom, Manuel Sanchis Guarner, Mariano Sorribes, José Tormo, Ernesto Veres d’Ocón, etc. Rafael se había incorporado al claustro del José de Ribera de Xàtiva como simple profesor interino. Hasta 1955 no obtuvo su expediente de depuración ––circunstancia por la que siempre manifestó gran simpatía hacia el entonces ministro del ramo, D. Joaquín Ruiz Giménez–– pero hasta el verano de 1963 no consiguió recuperar la condición de catedrático que ya había ostentado el año 1933. La depuración no le había devuelto ni su cargo, ni su plaza, ni sus antiguos derechos. Sólo le facultaba para opositar, aunque mejor sería decir «ir al degolladero» en aquellas grandes hecatombes académicas ––inhumanas y puede que hasta sádicas–– que eran las oposiciones de instituto. P. Contel fue «empitonado» varias veces por los tribunales de cátedras, hasta que finalmente su valía y preparación fueron reconocidas con el nº 1.

La máxima puntuación le permitía regresar a Xàtiva sin ningún problema; más aun, con «todos los honores». P. Contel era ––de hecho–– el alma del instituto. Dirigía el área de artes plásticas, había participado en las tareas de gobierno como jefe de estudios, había llevado a cabo las vidrieras del centro, se ocupaba de la revista Nuestro Instituto, había organizado exposiciones, ciclos de conferencias, excursiones, intercambios con otros institutos y con el extranjero. Sus red de contactos académicos y de intercambios culturales incluía ––además de los amigos del exilio: Badía, los Renau, Manuela Ballester–– al profesor Humberto Tomeo de Montevideo, a la profesora Berta E. Sendero de Chile, a la pintora japonesa Maki Kora ––a la que había conocido en 1954–– al reportero alemán Hans Joachim Sell ––de cuya relación con P. Contel habla extensamente en Verlockung Spanien (1963)–– y tantos otros cuya sola mención compondría un descomunal listado. Uno de los momentos cumbre de esta actividad fue la exposición de un total de 106 trabajos de los alumnos de Xàtiva en la Escuela Popular Juvenil de Kassel en mayo y junio de 1970. Muchas de sus publicaciones sobre arte infantil [1967, 1970, 1971] y linoleografía [1966] ––una de las muchas facetas gracias a las cuales alcanzó enorme notoriedad–– nacieron de su trabajo como profesor en Xàtiva. Rafael no sólo sabía esculpir, pintar, enseñar y organizar. También tenía una profunda vocación investigadora y de historiador ––bien que autodidacta–– que le llevó a publicar en Xàtiva dos notables estudios: uno dedicado al pintor José de Ribera [1952] y otro ––verdaderamente pionero–– al pintor y grabador Crisóstomo Martínez [1955].

P. Contel sería nombrado director del instituto José de Ribera el año 1969. Se hallaba ––sin duda alguna–– en un momento culminante de su carrera profesional. A lo largo de los 3 meses lectivos comprendidos entre el 23-X-1969 y el 5-II-1970 impartió en Xàtiva el I Cursillo de Expresiones Figurativas dirigido a profesores de enseñanza media y primaria. Del 1 al 10 de octubre de 1970 expuso una escultura en el Salón Dorado del Círculo de Bellas Artes de Valencia dentro del ciclo «Arte Actual». En marzo de 1971 consiguió el apoyo unánime del claustro del Instituto para su solicitud de que las barriadas medievales de Xàtiva fueran declaradas Conjunto Histórico Protegido. En julio del mismo año presidió la Comisión de Enseñanza, Cultura y Turismo del Consejo Económico Sindical Comarcal de Xàtiva y participó en la reunión de un consejo de 50 catedráticos de Dibujo de toda España convocada por la Dirección General de Ordenación Educativa para estudiar la reforma de los planes de estudio de Bachillerato. En febrero de 1972 organizó un extraordinario periplo cultural que permitió a los estudiantes del Instituto de Xàtiva visitar diferentes enclaves prehistóricos y excavaciones arqueológicas en l’Alcùdia, Moixent, Almansa, Montealegre, Hellín, Minateda, Jumilla, Yecla, Villena, Ontinyent y Xàtiva. En 1973 realiza un nuevo viaje a Francia para visitar la tumba de Antonio Machado ––a quien P. Contel había dedicado varios estudios y conferencias–– en Colliure, esta vez acompañado de su esposa Amelia y del empresario de Vallada Ramón Cerdá y su mujer. A lo largo del año 1974 organiza dos exposiciones ––en mayo y diciembre–– en la Galería Da Vinci de la C/ Pizarro de Valencia.

A mediados de la década de los 70, el matrimonio Pérez-Zarapico había descubierto las limpias y suaves playas de Santa Pola gracias a su amigo Paco Ridaura. Aunque Rafael seguía prefiriendo en interior ––Villar–– para pasar el verano, Amelia se sintió fascinada por la costa alicantina. Se inicia así un idilio estival entre P. Contel y villa marinera de Santa Pola que perdurará casi hasta el final de su vida. Adquirieron allí un pequeño apartamento. Gustaban de reunir en él a toda la familia. Rafael disfrutaba en Santa Pola de dos grandes pasiones. La amplísima terraza del apartamento le permitía modelar a placer y la cercanía de Elche le facilitaba las visitas a su Alcudia ––la vieja morada de la Dama–– y el reencuentro permanente con el emotivo Misteri. A Rafael y a Amelia les encantaba pasear acompañados de sus nietos por el muelle de Santa Pola, al caer la tarde, mientras los marineros descargaban cajas y cajas repletas de exquisitos productos del mar con destino a la lonja del pescado.

El de 1975 fue ––qué duda cabe–– un año singular. Muerto el dictador a finales de noviembre se abría una nueva página de la historia de España. Los exiliados podían regresar y los que habían permanecido dentro del país podían proclamar abiertamente su desafección al Régimen. A P. Contel le cupo un papel bien difícil. Como antiguo miembro ––y muy pronto nuevo–– del PCE deseaba respirar a bocanadas la libertad que comenzaba a inundar la atmósfera. Como director de un instituto nombrado por el Gobierno estaba obligado a hacer cumplir la ley y a proceder con una extraordinaria prudencia. Esa incómoda posición no fue bien entendida por todos. A los más jóvenes ––al cantautor Raimon, entre ellos–– no dejó impasibles la profunda dignidad y la prudencia de P. Contel en aquellos días agitados. Por el contrario, algunos compañeros de claustro ––enfrentados personalmente con él y deseosos de hacerse con las riendas del Instituto–– entablaron entonces una lucha sin cuartel que culminó a finales del curso 1975-76 con una votación ––dos votaciones, en realidad–– tras la cual perdió su cargo como director. Su decepción fue infinita. Se sintió traicionado. Lo había dado todo por el José de Ribera de Xàtiva y ahora se le despedía agria y destempladamente. Decidió abandonar Xàtiva y pedir el traslado al instituto San Vicente Ferrer de Valencia. En este centro ––uno de los más antiguos y señeros de Valencia, junto con el instituto Luis Vives–– impartiría docencia durante los dos últimos cursos de su vida profesional.

Cualquiera que conociese a P. Contel podría haber adivinado que su jubilación se iba a parecer muy poco a un sosegado retiro. Y menos aún ahora, cuando la vida de los partidos políticos, el despliegue de los jóvenes ayuntamientos democráticos y el nacimiento del gobierno autónomo de alguna manera precisaban la guía y el consejo de los más experimentados. Fue aquel un tiempo de reencuentro con los exiliados, con los ausentes, con los viejos amigos: Carreño, Badía, Manolita Ballester, Josep Renau, los viejos camaradas de la FUE y del PCE, Rafael Alberti ––a quien había conocido en Valencia en el 37 y después había visitado en Roma en la década de los 70. Fue también la época apasionante de Pedro Zamora, de Alberto García Esteve, de Ricardo Pérez Casado, del entrañable Jesús Huguet, de Ciprià Císcar Casabán. También fue el momento de los homenajes a los olvidados: a Miguel Hernández, a Machado, a la vanguardia valenciana de los 30, a los artistas de la guerra civil, a Dolores Ibárruri, al propio P. Contel cuyo pueblo bautizó con su nombre una de sus más modernas avenidas [enero-1988]. El arte y los artistas volvían a estar de nuevo al servicio de la Democracia y de su definitiva consolidación en España: tiempo de manifestaciones, de mítines, de fiestas populares. P. Contel ––como uno más–– estuvo entre los más jóvenes: al lado de Juan Genovés, con los artistas del grupo L’Eixam, recorriendo los pueblos valencianos, impartiendo charlas, exponiendo su propia obra, sin dejar de pintar y modelar en ningún momento. La década de los ochenta fue uno de los momentos cruciales de la trayectoria artística de P. Contel. Aunque muchos de los motivos, formas y estructuras de aquellos años ya bullían en su cabeza desde hacía años, la disponibilidad de tiempo y de recursos económicos le permitieron ejecutar entonces amplias series de dibujos, grafismos, óleos y esculturas. Ningún procedimiento o medio de expresión artística dejaba de seducirle. El diseño de joyas fue uno de ellos. En aquellos años, el taller de orfebrería de su amigo y antiguo discípulo Rodolfo Navarro se convirtió en uno de sus laboratorios de experimentación predilectos. Mientras trabajaba codo con codo con Rodolfo y su esposa Marisa, Rafael se ocupó de guiar los primeros pasos en el mundo dela plástica del hijo de ambos, el joven pintor Rodolfo Navarro García. También accedió a modelar un crucifijo de una gran modernidad [1981] para la capilla del Colegio Mayor San Juan de Ribera ––donde años atrás había residido su buen amigo Francisco Lozano–– por encargo de su director, el Dr. Juan José Garrido.

El Ajuntament de València y la Conselleria de Educació i Ciència le encomendaron múltiples trabajos: montaje de exposiciones, artículos de divulgación para el BIM, colecciones de fichas y pequeños libros sobre los juegos valencianos tradicionales para la Expo Jove, catalogación de los grabados del Museo Municipal de Valencia, las ediciones facsímiles del Tirant lo Blanch y de les Troves en lahors de la Verge Maria, los homenajes a Machado y a Miguel Hernández, los dos grandes tomos dedicados al arte en Valencia durante la guerra civil y, finalmente, su monumental estudio sobre la imaginería popular valenciana a través de los grabados en madera y metal de los siglos XVII a XX. Rafael disfrutaba lo indecible con todos aquellos encargos. Desde los tiempos de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura y de su paso por Tipografía Moderna durante la guerra civil, P. Contel era un consumado maestro de las artes gráficas. Podrían confirmarlo con todo lujo de detalles los impresores Ricardo Mateu de Xàtiva y Manuel Soler de Valencia. La pareja P. Contel-M. Soler fue premiada en diversas ocasiones con el Premio Nacional de Diseño de Libros por su trabajo conjunto. Trabajo, arte, vida …

No voy a hablar de la enfermedad ni la muerte de mi abuelo. Hoy conmemoramos el centenario de su natalicio y ––por tanto–– celebramos una fecha feliz. Nada debe empañar este hecho. Pero este texto ––como todos–– precisa un colofón, un final que no sea un fin, sino un una despedida cortés, un hasta pronto. No puedo ––ni debo–– enjuiciar la obra de mi abuelo, ni su papel o importancia en el panorama de las artes del siglo XX valenciano y español. Su vida fue enteramente suya. La vivió como pudo, como supo y como quiso. Sólo añadiré que «fue, en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno», generoso y honesto, una persona de palabra, amante de los suyos, de su tierra y de su pueblo. Nunca pretendió nada. Jamás quiso «tener». Su única aspiración era «ser» … ser comprendido como hombre y como artista. Quiso conectar con el alma del pueblo ––de su pueblo–– a través del arte. No estoy completamente seguro de que lo consiguiera. Pero tal vez esté equivocado. Él ––como los románticos del XIX–– sentía y creía en la superioridad moral del pueblo. Yo ––como los ilustrados del XVIII–– creo que con el pueblo hay que ser tan exigente como con uno mismo.

* * * * *

Me hubiera gustado poder agradecer a cada una de las personas que nos han brindado su ayuda y colaboración, su apoyo durante estos últimos años, siquiera fuera con una breve frase de gratitud. Desafortunadamente sólo dispongo de espacio suficiente para mencionarlos. Pobre manera es esta ––lo reconozco–– de corresponder, aunque albergo la esperanza de que todos ellos lo comprenderán perfectamente. Sólo haré dos excepciones que son de absoluta justicia.

La primera atañe al excelente ––verdaderamente eminente–– impresor Manuel Soler ––aunque para ser completamente equitativo debiera haber hecho extensivo nuestro agradecimiento a los hermanos Soler. Manuel Soler no sólo fue un amigo entrañable de mi abuelo y el perfecto colaborador de todas sus inquietudes editoriales, sino un custodio fiel de su memoria. A él le debemos la publicación del libro póstumo de P. Contel, Ninot de Falla [Albatros, 1995], manuscrito que quiso vestir de letras de molde sabiendo que la tirada era de rentabilidad más que incierta. Gracias y mil gracias, ahora y siempre, a Manuel Soler y a sus hermanos.

Haré la segunda excepción con dos magníficos amigos, Rafa Maestre ––de la Fundación Salvador Seguí–– y Tonetxo Pardiñas ––presidente de la Societat Coral el Micalet–– y con una persona que encarna la laboriosidad, la entrega y el compromiso de una generación que ha sentido como propia la lucha de aquellos hombres y aquella mujeres del año 36. Me refiero a Cristina Escrivá, de la Asociación Cultural Instituto Obrero de Valencia. Además de persona de gran valía, extraordinaria investigadora y autora de libros cuya consulta resulta imprescindible, la ayuda de Cristina ha sido crucial para la localización de documentos sobre la vida de P. Contel durante la etapa 1939-1950. Sólo añadiré, para concluir ya, que nos enorgullecemos de la amistad de Cristina.

Este texto fue escrito durante la última semana de enero de 2009 por Pablo Pérez García en nombre de sus hermanos Rafael, Alicia, Juan, Marcos y Sergio. Recordaremos al abuelo Rafael hasta el final, y, si hay otra vida, todos nosotros esperamos poder cultivar con él las rosas del Paraíso.

Miles de gracias también a

Francisco Agramunt Lacruz

Maki Kora

Elia y Wifredo Álvarez

Ana y Juan Carlos de Miguel

Asociación Cultural Instituto Obrero de Valencia

Carles Montoliu

Ayuntamiento de Villar del Arzobispo

Joan Morant

Pascual y Vicente Balaguer Echevarría

Rodolfo Navarro y Marisa García

Javier Ballester Servent

Rodolfo Navarro Jr.

Juan Ángel Blasco Carrascosa

Vicente Navarro de Luján

Isaïes Blesa Duet

(Arxiu Municipal Xàtiva)

Toni Paricio

Fernanda Pérez Castellano

Román de la Calle

Palmira Pérez Contel

Ramón Cerdá

Salvador Pérez Marzal

Edelmir Galdón i Casanoves

Adolfo García

José Luis Piquer Torromé

Francesc H. Piera

(Arxiu Fotogràfic Xàtiva)

Eduardo y Juan Genovés

Carlos Plasencia Climent

Vicent Pons Alós

Mariano González Baldoví

(Arxiu Col·legiata Xàtiva)

Mª. Asunción Ramírez

(Museu Municipal de Xàtiva)

(Ateneo Cultural de Villar del Arzobispo)

Teresa Gutiérrez

César Salvo

Jesús Huguet

Romà Seguí i Francés

Antonio Iranzo Moliner

Societat Coral el Micalet

Sebastià Miralles

José Tormo

Mª Carmen Maqueda

Universitat de València Estudi General

Julio Marín Pardo

José Vento Ruiz y Begoña Villate Ibarra

Manuel Marín Vélez

Hermanos Vento Villate

Jesús Martínez Guerricabeitia

Agustí Ventura i Conejero

 

5 comentarios sobre “Perfil Biográfico R.P.C. – Centenario 2009

  1. un gran artista y sobretodo una gran persona; no lo conocí, pero eso es lo que me dijo una vez mi abuelo, Melchor Peropadre Forniés; un saludo

  2. Guardo un recuerdo magnífico de D. Rafael.
    La visita a la tumba de Machado fue muy emotiva, pero lo que recuerdo especialmente de ese viaje fue la visita a Avignon para ver la exposición de Picasso en Le Palais des Papes y las explicaciones que tanto él como Dña. Amelia nos iban dando.

  3. Siempre me emociona recordar a Rafael y le veo sonriente y buscándote las cosquillas intelectuales y estéticas hasta que soltaba ese sobre agudo ¡anda! ¡pues claro! cuando conseguías llegar a donde él ya te estaba esperando … y se reían encogiendo los hombros. Haber conocido a vuestros abuelos y haber recibido su cariño y atención -esas exposiciones en Madrid- ha sido una ventura. Un Abrazo

  4. Emotivo homenaje del nieto al abuelo, lleno de admiración y respeto. Yo busco lo mismo pero no tengo casi ningún dato. Mi abuelo fué pintor de abanicos, hizo mucha publicidad en los años 30, sobre todo relacionada con el mundo de la naranja; después de la Guerra ilustró también algunas colecciones de tebeos como la del «Caballero Fantasma» y otras, firmando con el seudónimo de «Sangar», colecciones de cromos, etc.
    Su nombre, José Sanchis García. Estuvo varios años encarcelado en la Modelo y seguramente conoció a Pérez Contel. Muy amigo de Vicente Marco Miranda y de su família. Murió a los 57 años (en 1959) y yo era muy pequeño, por lo que no pude compartir con él experiencias ni saber de sus relaciones y amigos. Una pena.

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