Pintor y escultor – Enlace original: ‘Mi relación con Pérez Contel’
Cuando conocí a Rafael Pérez Contel tenía unos 14 años. Recuerdo que mi padre — en una de aquellas ocasiones, cuando venía a fundir sus esculturitas a la fabrica de joyería— le enseñó las fotos de las esculturas de arena que realizaba en la playa y él las comparaba con las que diminutas yacían en el ácido nítrico limpiándose.
Me aceptó como alumno en su casa. Un papel grande, una lápiz y una cabeza de escayola de su hija pequeña fueron todos los elementos que conmigo estaban en la atiborrada habitación. Algunas explicaciones escuetas y concisas y desapareció durante un par de horas. Cuando volvía apenas si me decía algo más que lo que antes repetía… Los sábados pasaban y los dibujos se añadían sin demasiado entusiasmo. El tiempo pasó y mi paciencia se difuminaba.
Un año más tarde pude conseguir limpiar y reacondicionar una pequeña nave adosada a la fábrica de la calle Cirilo Amorós. Allí construía mis proyectos y peleaba con la cera de joyero en un tabliz. Pasaba cada vez más y más tiempo soñando esculturas y dibujando. De vez en cuando Rafael se asomaba por la puerta cuando venía a ver a mi padre. En poco tiempo sus visitas se hicieron regulares hasta que un día me dijo : “Te voy a poner un ejercicio a ver cómo lo resuelves, coges un saco de yeso, haces una estructura de madera con una bola de periódico y cuerdas, coges un espejo y haces tu autorretrato”, antes de irse me pidió un carboncillo, miró a su alrededor y encontró la pared del fondo junto al espejo; en ella escribió:
“Para reproducir, medir el tiempo
en diez partes, ocho para observar
y dos para realizar”
Las idas y venidas de Rafael se sucedían como en una turbulenta relación de amor/odio, tras semanas de trabajo intermitente entre fines de semana y festivos la puerta se abría un sábado por la tarde para, sin llegar a entrar decir, “eso es todo lo que has hecho… cuando tenga algo que ver ya me avisarás…” con un portazo dejaba por tierra horas y horas de trabajo y mi único interés aparte del Instituto y sus efímeros estudios.
Todavía hoy me cuesta comprender como aguanté dos años para realizar un busto de aspecto clásico que Rafael dio por acabado cuando tenía 17 años. Hubo muchas temporadas donde pasaban semanas sin tocar la cabeza, pero el peso de saber que aún quedaba mucho camino por recorrer me hacía continuar. Me encontraba muy a gusto pasando las tardes solo con mi busto y el yeso, veía el trabajo avanzar y mis conocimientos me permitían acceder a otros campos. Los autorretratos se amontonaban, sin querer explicarme la técnica de la pintura me propuso coger un solo color, un azul, para dibujar con el óleo, analizar la luz y estructurar los planos del rostro sin la complejidad de múltiples colores, mezclas y contrastes.
De vez en cuando, y cuando me veía desalentado por la lentitud de mis progresos me enseñaba a realizar los caballetes y tornetas para modelar, palillos de boj, palo santo y ébano; íbamos a buscar herramientas viejas a los mercadillos y las arreglábamos, transformándolas en perfectos útiles imposibles de encontrar en los comercios.
El estudio se convirtió —estando a pocos minutos de su casa— en el punto de trabajo de Rafael. Ya con el busto en su última fase atacamos un nuevo proyecto. Con una pequeña escultura de yeso de unos 20 cm bajo el brazo empezamos a planear la realización de la escultura de tamaño natural.
Otras veces, viendo que el busto clásico no avanzaba como debía, me hacía aparcar los palillos de hierro, y el yeso para preparar una tablitas y pintar un sencillo bodegón o mi propio retrato con más colores. La pintura tenía otra finalidad, sin enseñarme a pintar utilizaba el dibujo y el color como soportes que me acercaran al aprendizaje de la forma en el espacio. Pintando mi autorretrato —y no una sino varias veces— comprendí el valor de la luz, y cómo ésta modelaba la superficie de un bulto redondo. Desde entonces la frontera entre la Pintura y la Escultura desapareció para siempre y, sin saberlo, me vi abocado a un uso atípico e inconsciente de ambas técnicas plásticas.