Pablo Pérez García – Universitat de València – Del Llibre: VALENCIA, LA CIUTAT DELS SABUTS – Publicació en aquesta web: 01-05-2009
RAFAEL PÉREZ CONTEL Y EL TIEMPO DEL II CONGRESO DE INTELECTUALES ANTIFASCISTAS: DE LA MEMORIA A LA HISTORIA.
El año 2009 se cumplirá el primer centenario del nacimiento del escultor y pedagogo valenciano Rafael Pérez Contel. La suya no es, desde luego, una figura desconocida entre los especialistas y estudiosos de la pasada centuria. Además, algunas efemérides recientes han contribuido a refrescar su recuerdo y a enfatizar su contribución a la modernidad estética y a las vanguardias del siglo XX; así la exposición organizada por el Institut Valencià d’Art Modern (9-III a 23-IV-2006), el homenaje tributado por su pueblo natal, Villar del Arzobispo (7-IV-2006), o la publicación del voluminoso estudio de Francisco Agramunt La vanguardia artística valenciana de los años treinta (IV-2006). Para la gran mayoría, sin embargo, su nombre apenas si evocará aquella pléyade de artistas y poetas que hizo hervir de las bellezas más extrañas, disonantes e inauditas la Valencia de los convulsos –aunque también alegres y desenfadados– años treinta.
Pérez Contel fue –en efecto– uno de los más jóvenes miembros del grupo de artistas de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos comprometido con la definitiva superación del academicismo entonces imperante. Impulsados por algunos profesores renovadores como Vicente Beltrán Grimal, Josep Renau y Francisco Carreño, varias promociones de estudiantes decidieron apostar entonces por la libertad expresiva y la experimentación estética. Su simple mención podría resultar interminable. Aludiré, no obstante, a aquellos que sostuvieron un compromiso y una militancia políticas, y que, en su mayoría, se adhirieron a la Unión de Escritores y Artistas Proletarios (V-1933) –núcleo de la revista Nueva Cultura (I-1935)– y a la Aliança d’Intel·lectuals per a la defensa de la Cultura (15-IX-1936). Me refiero –por descontado– a los propios Beltrán, Renau y Carreño, aunque también a Francisco Badía, José Sabina, Enrique Cuñat, los hermanos Manuela y Antonio Ballester, Enric Moret, Eduardo Muñoz Orts «Lalo», Manuel Monleón, Rafael Raga, José Estellés, Ricardo Boix, Antonio Deltoro, José Amérigo, Armando Ramón, Juan Borrás, Antonio Bisquert y –claro– a Rafael Pérez Contel. El papel desempeñado por todos ellos en la organización del II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (4-VII-1937) y aun en los trabajos del Pabellón de España de la Exposición Internacional de París, fue crucial como nos recuerda esta muestra conmemorativa preparada por Cristina Escrivá y Rafa Maestre.
Pero la compleja personalidad de Rafael Pérez Contel no se agota en este punto, ni se limita a este marco cronológico preciso. Tras la Guerra Civil, el escultor consiguió superar el trauma de la derrota, de la represión y de lo que ha dado en llamarse el «exilio interior», llegando a protagonizar una de las trayectorias profesionales, artísticas e intelectuales más interesantes de su generación. Habrá ocasión –espero que muy pronto ya– para valorar en su justa medida sus aportaciones dentro de dominios tan diversos como el de la escultura, la pintura, el grabado, el diseño, la cerámica, la pedagogía, la etnografía, la arqueología, la cultura ibérica, la estampación, la imprenta, la simbología, el interés por Oriente, la difusión y promoción cultural, el arte infantil, y todo un extenso censo de actividades e inquietudes cuya simple mención rebasaría la pretensión estricta de este escrito. Ahora mi propósito es otro bien distinto. Sirviéndome de la no escasa bibliografía existente –Francisco Agramunt, J. A. Blasco Carrascosa, Carmen Gracia, Sebastián Miralles, Rosa Peralta y del propio Pérez Contel a través del más conocidos de sus textos, Artistas en Valencia (1936-1939)– trataré de precisar las actividades de Pérez Contel entre dos fechas tan significativas –una para nuestro país y otra para el propio artista– como el 18 de julio de 1936 y el 13 de septiembre de 1937, día este último en que el escultor contrajo matrimonio civil con su esposa Amelia Zarapico Sanchis. Entre ambos hitos se alza el acontecimiento que conmemoramos hoy, es decir, el II Congreso de Intelectuales Antifascistas, en el que Pérez Contel tuvo –como en tantas otras ocasiones– un papel secundario, aunque esencial para el correcto hilván de su programa.
El 18 de julio de 1936, Pérez Contel se hallaba en Alzira. Probablemente hacía escasas semanas que se había incorporado a su cátedra de Dibujo en el Instituto de la localidad procedente de París. Acababa de disfrutar de una estancia de aproximadamente un año en la capital europea de las artes pensionado por la Diputación de Valencia, y ahora debía hacer entrega del último de sus trabajos. Alrededor la situación se deterioraba a ojos vista. En febrero y marzo del 36 varias iglesias y edificios religiosos alcireños habían sufrido importantes destrozos. Rafael deseaba tener cerca a su madre, Dolores Contel Alcaide, y a su hermana Palmira, y había conseguido convencerlas para que se instalaran junto a él en la pensión donde se hospedaba. Él, entre tanto, trabajaba incansablemente en un patio cercano que había alquilado a un labrador de la vecindad. La escayola le permitía avanzar con facilidad. Finalmente, la obra, de tamaño natural, estaba lista. La tituló El martillo neumático o El hombre del martillo neumático. Pese a las muchas dificultades existentes y a las rondas imprevisibles de los milicianos, Pérez Contel consiguió embalar su escultura. La subió a un camión, la condujo personalmente hasta Valencia y la depositó en la sede de la Diputación el día 27 de julio de 1936. El artista estaba doblemente satisfecho. Por una parte, había cumplido a tiempo con sus compromisos y, por otra, había conseguido dar forma a la escultura que, dentro de su trayectoria personal, marcaba el tránsito desde la experimentación vanguardista al realismo social.
Atrás quedaba Alzira y la imposible reanudación de las actividades académicas. Atrás quedaron también algunas personas agradecidas por la mediación que Pérez Contel había realizado para evitar alguno de los desmanes que entonces se cometieron. Andando el tiempo, el testimonio de algunos compañeros suyos –miembros de Falange– del Instituto de Enseñanza Media de Alzira, del Rector del Colegio de las Escuelas Pías de la localidad, o del franciscano Fr. Juan Rafael Alventosa Garci resultarían especialmente valiosos para mitigar la condena que las autoridades franquistas, acabada la guerra, le impusieron. Apenas sabemos nada de Pérez Contel durante los meses de agosto y septiembre de 1936. Su intervención –si es que tuvo alguna– en la Junta para la Salvaguarda del Patrimonio Artístico constituida a mediados de julio del 36 –presidida por el rector José Puche Álvarez e integrada, entre otros, por Vicente Beltrán, Josep Renau y Francisco Carreño– no está documentada.
Pérez Contel se adhirió a la Aliança d’Intel·lectuals per a la Defensa de la Cultura durante el mes de octubre de 1936. Fue designado de inmediato responsable de la sección de Artes Plásticas. Más adelante participaría también en la unidad de Publicaciones. Pérez Contel asumió todas las tareas propagandísticas que se le encomendaron: diseño, maquetación, impresión, cartelística, exposiciones, etc También debió ocuparse de buscar acomodo y procurar las atenciones necesarias al nutrido grupo de intelectuales evacuados de Madrid por el Quinto Regimiento. Gracias a su trabajo pudo conocer entonces a Antonio Machado. Desde aquel instante guardó un recuerdo entrañable e imperecedero que quedaría plasmado en los estudios, conferencias y homenajes que dedicó al poeta sevillano a lo largo de toda su vida. También conoció y trató a otros muchos escritores e intelectuales españoles y extranjeros. Algunos habían llegado a Valencia a finales de 1936; otros lo harían a comienzos de 1937 con motivo –en no pocos casos– del II Congreso de Intelectuales. De Bergamín o Cernuda –por poner algunos ejemplos más– le oí contar algunas anécdotas en vida. De aquellos días verdaderamente memorables, ha llegado a mis manos un documento histórico precioso, al tiempo que revelador de las preocupaciones y actividades de Pérez Contel el año 1937. Se trata de un ejemplar de la antología titulada Llanto en la sangre del poeta Emilio Prados, uno de los tres secretarios designados por el II Congreso de Intelectuales Antifascistas. El libro acababa de ver la luz en Valencia. Había sido publicado a comienzos de 1937 por la imprenta de la Semana Gráfica, gracias a los auspicios de Ediciones Españolas. En las páginas del prólogo, firmadas por su común amigo, el poeta e impresor malagueño Manuel Altolaguirre, Pérez Contel anotó estas dos brevísimas frases que no precisan comentario alguno: Cuando se publica este libro, Emilio vive en el piso segundo, y yo en el tercero, de una finca en Arrancapino. Adquiero los chivalets de Manolito para la Tipografía Moderna. La Bodoni, Elzeveriana, Normanda y Futura alhajarán las composiciones tipográficas de guerra.
Otro de los recién llegados a Valencia fue el escultor toledano Alberto Sánchez Pérez. Alberto no era un desconocido en Valencia. En diferentes ocasiones anteriores había visitado la ciudad. Había participado en las correrías de la bohemia local y en sus animadas tertulias. Anfitrión de los artistas valencianos en Madrid, Alberto había compartido mesa y mantel con Pérez Contel en diferentes ocasiones: la última, en 1934, con visita al Prado, al Café de Atocha y al Cerro Testigo de Vallecas. En el segundo de sus números –aparecido en febrero de 1935– Nueva Cultura había entrado en polémica con Alberto Sánchez a través de una carta inspirada por Josep Renau, aunque redactada por su Consejo de Redacción. El escultor toledano consideraba necesario entonces un distanciamiento entre el arte y las circunstancias, mientras sus amigos valencianos defendían el compromiso político y el arte de tendencia. De aquella polémica –amable, después de todo– apenas quedaba nada a comienzos de 1937. Alberto se hallaba en Valencia comisionado por el gobierno republicano para impartir docencia de Dibujo y Diseño en el Instituto Obrero de la capital, que había abierto sus puertas el 31 de enero de 1937. El escultor apenas tuvo ocasión de trabar contacto con la primera promoción de estudiantes del centro. En marzo de 1937 fue enviado por el gobierno a París con el encargo de efectuar una escultura para el Pabellón de España de la Exposición Internacional. Su extraordinario trabajo, de más de 12 metros de altura, titulado El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, fue expuesto junto con el Guernika de Picasso, la Monserrat de Julio González, un mural de Miró, un proyecto de Calder y tantas otras obras de artistas españoles comprometidos con la causa republicana, algunas de las cuales –como el relieve y el busto de un joven miliciano que modelara Pérez Contel– nunca alcanzaron a abandonar el almacén por falta de espacio.
Fue precisamente Pérez Contel el sustituto de Alberto Sánchez al frente de las enseñanzas artísticas en el Instituto Obrero. Su hermana Palmira había regresado de Alzira y, asimismo, se había integrado en la secretaría de la entidad. El paso de Pérez Contel por el Instituto Obrero fue fugaz –apenas tres meses– aunque suficiente para dejar un recuerdo imborrable entre las muchachas y muchachos que siguieron sus enseñanzas. Sin embargo, las responsabilidades a las que debía hacer frente eran numerosas, de modo que, a comienzos del verano de 1937, ya había abandonado el centro. La salida coincidió con su reconciliación con Amelia Zarapico, su antigua novia. No tardaron en hacer planes de boda. El lunes 13 de septiembre de 1937, desafiando las sombras, contrajeron matrimonio civil y se instaron en el último piso del entonces número 8 de la calle General San Martín. Con numerosas intermitencias, mis dos abuelos vivirían en este domicilio hasta el final de sus días.